La desigualdad y las injusticias sociales son un eterno y gran aporte para el cine. Unos temas que se funden en cualquier país y cualquier época, porque hay distancias que no terminan nunca. Pero hay momentos que todo parece convertirse en algo más profundo o que por la situaciones que vivamos les demos más importancia. Para que esto llegue de una manera latente al espectador todo tiene que estar bien conjugado y llevado, rodado con un tono neutro donde las imágenes sean lo más relevante.
Canción sin nombre posee esas características, contando mucho más con la parte visual que con las palabras, que también hay que decir que a veces son un tanto incomprensibles por el tono y el lenguaje tan bajo, pero no por ello se dejan de entender cada uno de los puntos que la directora ha querido tocar.
Georgina es una música andina que además se gana la vida con un puesto en la calle. Está embarazada, pero al dar a luz su bebé desaparece misteriosamente. En su desesperación de ver como la clínica donde fue atendida no se encuentra nadie, recurrirá a un periódico para saber si su voz quiere ser escuchada. Pedro Campos un joven periodista se hará cargo de investigar su caso junto a ella.
La directora, Melina León, ha sido la primera cineasta peruana que ha estrenado un trabajo en Cannes. Canción sin nombre, es de esas películas pequeñitas que te encogen el corazón, y que incluso, con respecto a otras películas latinas como Roma, gana por la contención y encuadre que posee cada uno de los personajes y cada tema a tratar.
El Festival de Cine Latinoamericano, que se ha podido ver online en cinebaixsala7, ha acogido a Canción sin nombre de Melina León entre las catorce propuestas que tenía. La película se estrena en España de la mano de Begin Again Films. Personalmente ha sido la cinta que más me ha atrapado por su forma narrativa y su montaje visual, que engarzaban a la perfección con el tema a tratar.
La elección del blanco y negro, del tamaño de pantalla, el ritmo está todo a tono con lo que está dentro de esos dos personajes Georgina y Pedro. Ambos provienen de familias no acomodadas, sabiendo que tendrán que luchar para sobrevivir. Es algo que está en cada secuencia, pero sobre todo en su semblante, en su mirada. En cada paso que ellos dan en su ciudad se refleja la situación política y las enormes distancias sociales.
La cámara les sigue con sigilo, con paso lento, como ellos van por la vida, sin querer invadirla, pero a sabiendas que están siendo atacados por las injusticias, la homofobia, la discriminación social y la corrupción en todas las escalas.
La directora se basó en parte del trabajo de periodista de su padre, plasmando los casos que llegaron a sus manos y lo que se publicó en su momento, los años ochenta. Por esta razón el guion lleva inerte en él la vida en sí, los sucesos dolorosos y cotidianos y que quedaba evidente que no todo el mundo podái sortear.
Hay planos fijos donde la soledad y la frialdad inundan la pantalla y más con los tonos grises latentes en todo el metraje, más allá del blanco y negro. Hay secuencias que parecen repetirse y no es nada más que la rutina envuelta en una nube de desilusión por parte de la protagonista.