Han pasado siete años desde que el director alemán Jan-Ole Gerster nos cautivara con Oh boy, una cinta tan intimista como actual, reflejo de la joven sociedad que busca un lugar, específicamente su lugar en la vida, con o sin éxito, y sin querer etiquetas.

No ha dejado atrás tratar la juventud, pero no desde el primer plano, si no que acompaña al personaje principal, la madre, para que el reflejo de su hijo, de la nueva generación haga ver lo que hubo en su pasado con respecto a esa etapa, la de la búsqueda de los sueños y que hace que se tuerzan o no.

Lara llega a su sesenta cumpleaños, además ese día tiene doble celebración porque su hijo Viktor hará su presentación como pianista. Quiere que todo salga perfecto, y comienza el día con cambios, con compras, con ganas de hablar, pero no todo saldrá como ella y su pasado puede alterar esa alegría y felicidad que parece flotar en el aire.

La madre, la que está totalmente en pantalla y en fondo, no dejando de ser un reflejo de lo que la sociedad le ha marcado, la familia y su hijo, para bien o para mal, transita por la cámara por momentos como un zombie como un mero reflejo de lo que quiere aparentar pero que realmente no es.

Ese hijo es quién busca su lugar en su propia vida sin condicionarse por lo que le rodea. Un papel austero y con sus aristas, las que le ha marcado la vida, pero por ende la vida de la madre. Ambos no dejan de ser el resultado de lo que han pensado que se querían de ellos, pero uno con más éxito que otro, pero ambos sin ninguna confianza en sí mismos.

La profesora de piano posee una gran ambientación donde la intriga y la atmósfera agobiante aparece en muchos momentos, con esos escaparates donde el personaje de Lara se observa constantemente para verse reflejada, mirarse sin querer reconocerse.

En Oh boy, la potencia del blanco y negro en pantalla agregaba una doble realidad a la trama, aquí podría haber sido igual, pero elegir ese color rojo de fondo en su abrigo, pero el negro en el resto de vestuario de Lara, hace un complemente de símiles sobre la sangre y el duelo, sobre la piel y el dolor que produce la familia, algo que es tratado en todo momento.

A Jan-Ole Gerster le gusta captar a los personajes que deambulan inertes a sus vidas, a sus mentes, buscar su camino un interior incierto que se va descomponiendo y desmenuzando minuto a minuto en la cinta, en cada paso que da, en cada secuencia que se añade un personaje más que añade algo más a la historia en sí. Aquí en La profesora de piano, las relaciones son frías, distantes y muy duras, con el punto exacto de drama para que los personajes adquieran su color pertinente. Sobre todo destacar las secuencias donde aparece la abuela que son el puro reflejo del cataclismo irreversible de Lara, del desamor materno filial y de las secuelas del mismo.

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