Arturo Prins pasa de un documental con Autopsia de un amor a una historia coral dentro de la ficción en Estado impuro. Un giro que le lleva a un largometraje que está lleno de metáforas con dualidades en palabras y en actos, donde se ha visto apoyado en guion con Juan Carlos Sampedro. Según me cuenta, ambas películas son una trilogía sobre la palabra amor y su amplia extensión de lo que para él significa.

El director Arturo Prins partía en Autopsia de un amor de una narración personal, íntima e incluso poética por momentos, aquí la realidad llena la pantalla. Él dice que las películas como ésta comienzan a abrir un camino sobre la necesidad de revisar los modelos emocionales de relación. En eso difiero un poco, soy de la opinión que si esto se está contando es porque está ahí, presente. La realidad está casi siempre por encima de la ficción, pudiéndose adornar un poco, pero con una base clara.

Daniel es un bohemio que vive en las afueras de Buenos Aires, donde desarrolla su faceta artística y de apicultor. Ha quedado con unos amigos, tres parejas, dos de ellas convencionales y la tercera, abierta, y que mantienen una relación con Daniel. Ellos tres quieren proponerles que se abran sexualmente y que pasen un buen fin de semana. Alexandra que es un actriz mucho más liberal y que es quien llevará la voz cantante, comenzará el juego, pero los otros dos matrimonios no se encuentran cómodos con las insinuaciones, y a partir de ahí comenzará un devenir de situaciones entre los matrimonios y los amigos, donde saldrán a relucir lo que llevan tiempo sin querer reconocer. Daniel ejercerá del dios Eros y Alexandra de la diosa Afrodita.

142 minutos dan para mucho, pero que no se asuste nadie que Estado impuro es muy fluida y llevadera, con giros, con cambios de formas de grabar, aunque como él dice siempre con cámara en mano para dar más verosimilitud a las imágenes, con situaciones que van y vienen llenas de charlas con bastante relevancia, aunque de primeras parezca que no, en cada conversación se deja algo que será importante recordar más adelante. Ya estarán los personajes para recordarlo.

Estado impuro consta de cuatro partes bastante definidas, al menos para mí, y que la cámara va marcando, seguido de un final un cierre que el director ha querido definir en un color, movimiento y música específica que completa la definición de la liberación con ese Eres tú de Mocedades. Pura ironía pudiera parecer que se cierre Estado impuro con una canción que se pudiera denominar clásico, cuando su final y todo lo que precede no tiene nada de tradicional, pero ahí está la fuerza de la cinta, en la combinación que no la comparación y que cada uno elija

En la primera es la presentación de los personajes, con cámara en movimiento, el viaje de los dos matrimonios a esa reunión de amigos. Frases llenas de reproches, y ahí se cuece la inestabilidad que lo dan los propios personajes con su sentir e ironía. La segunda parte es ese encuentro y puesta las cartas sobre la mesa de esa pequeña trampa que ha confabulado el anfitrión, y ahí la cámara sigue a los personajes buscando planos fijos captando la esencia de cada uno incluso cuando cada uno se retira a su descanso y reflexión. Tercera parte que vuelve la cámara en movimiento, otra vez descontrol emocional de los personajes que dará paso a la cuarta que es el réquiem final donde la lentitud de la cámara recorre el proceso de lo que llevaban escondiendo desde el primer momento, todo bajo la batuta del poema sinfónico para orquesta Preludio a la siesta de un fauno, compuesto por Claude Debussy, y que potencia las secuencias grabadas con gran sensibilidad y armonía por parte de Prins.

Hay un final en el que todos se reconocen ya sin cartas con su mirada pura, dejando de lado ese título que era lo que se mostraba sobre todo en las tres primeras partes. Hay momentos que nos podrían recordar a secuencias teatrales, cambiando de escenario y donde los protagonistas van rotando. De hecho parte del elenco son actores de teatro. Esa secuencia larga, de plano secuencia donde la liberación está presente es el colofón del cuarto acto, donde los celos, los clichés y los miedos han quedado atrás y ahora se conocen un poco más, o mejor dicho se reconocen a sí mismos.

En todo ellos hay que destacar que los cambios y giros se ven acompañados no solo de la cámara si no de poca música, pero muy importante en cuanto a significado, dando paso siempre a que el sonido ambiente y la dualidad de las palabras cobren mucho más sentido. Destacar ante todo la magnífica música al piano de Andreas König.

En cuanto al guion hay que tener en cuenta la presencia de Juan Carlos Sampedro, conocido por ser también coguionista en Demonios tus ojos, otra cinta que no deja indiferente y recuerdo muy bien su pase de prensa y la incomodidad que creó en su día. Ambos han querido poner en bandeja un debate sobre las relaciones y las etiquetas en la sociedad. De cómo el ser humano se enfrenta a los sentimientos frente al cuerpo, de separar ambas partes, pero al mismo juntarlas. Un ejercicio de desinhibición fuera de lo que se entiende como normal y estereotipado en sociedad, y aunque parezca que no en primera instancia, en tono femenino, porque la evolución de la cinta está bajo las riendas de las mujeres. Pero ¿qué es normal? ¿Quién impone unas normas dentro de las relaciones afectivas y físicas? Los guionistas ponen las cartas, el director una cámara que observa, los actores unas interpretaciones que evolucionan y ahora que cada uno juegue a pensar, que para eso están las películas mucho más allá de entretener.

Una respuesta a «Estado impuro de Arturo Prins. Las celdas de la vida»

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