Este pasado 6 de Septiembre encontraban muerto al actor Michael K. Williams en su domicilio de Brooklyn (New York).
Michael, durante unos cuantos años de su vida, se hizo llamar Omar entre los habituales del domicilio adónde iba a conseguir droga, en Newark. Se podía llegar a perder durante días. Se despertaba en sótanos repletos de colchones mugrientos, donde el olor a orina impregnaba el ambiente hasta hacerlo casi irrespirable.
Salía a la calle e intentaba recordar cómo había llegado allí…
«¿Cómo coño he llegado yo aquí?
¿Por qué no tengo mi teléfono?
Mientras, sus amigos de la escuela de baile le llamaban, sin pausa, preocupados.
(Suena el teléfono)
-Si…
-Michael??
-No, este ya no es su teléfono.
(¡CLIC!!)
Mientras, en Newark, Michael recuerda que tuvo que dejar su teléfono como garantía al «pillar» el «pollo».
Esa fue la vida de Michael en el sexenio mágico (Junio 2002 a Marzo 2008) en el cual se emitió en HBO la mejor serie de la historia de la TELEVISION (así en mayúsculas). Su título: THE WIRE.
HBO parecía la mejor, la única. Y David Simon era el “Autor”.
Estuve un tiempo pensando en diseñarme una camiseta con su “logo” y debajo la frase (apócrifa) de David Simon:
¡Qué se joda el espectador medio!
Con la muerte de Michael K. Williams algo se ha roto, algo se perderá para siempre con su marcha.
Omar era The Wire. Michael era The Wire…
Y ahora no está.
Puede que parezca que aquí, en nuestra pequeña parcela de comodidad, la muerte de alguien como Omar nos resulte algo lejano e intrascendente.
¡Pero claro que me afecta, claro que nos afecta!
Ésa es precisamente la grandeza del ARTE, esa es la grandeza del buen cine.
La buena televisión nos pueda llegar a afectar tan profundamente como el mejor de los libros. Cuando Richard Farnsworth se baja de su cortador de césped y se reencuentra con su hermano (Carretera perdida, David Lynch) sentimos la misma emoción que cuando vemos el tremendo plano final de The Wire.
Esa forma de hacer televisión ahora ya no existe. Hoy en día hemos entrado de lleno en el reino de los algoritmos, saben las series que nos gustan, en qué momento nos conectamos para verlas, en qué momento damos al “pause” para ir al baño.
Un gran hermano global que todo lo ve.
No nos quieren esclavizar, ni tiranizar, solo quieren el “fucking Money”.
Toda esta introducción nos pone en contexto para explicar mi estado de ánimo ante mi aterrizaje este Viernes en el festival de Cine de San Sebastián.
Los festivales de cine se están convirtiendo en los últimos reductos donde ver un cine ¿diferente?, un cine en el que los algoritmos no nos dicen cómo debemos sentirnos, o si debemos reír o llorar en determinado momento.
Este año es muy posible que esa anhelada libertad a la hora de poder visionar CINE “sin censuras” la encuentre en la última película de Todd Haynes: The Velvet Underground.
Film de no ficción que intenta mostrarnos, un poco, de lo que se «cocía» dentro de esa banda mítica, allá por los años 60 y primeros 70 del siglo pasado.
La última vez que Lou Reed tocó en España lo hizo en el festival de Benicassim en 2004, (qué tiempos aquellos pre-pandemia donde se compartían fluidos sin miedo, doy fe de ello) y yo estaba allí.
50.000 personas vibrando al son de Heroin y Walk on the Wild Side es algo que se recuerda toda la vida, era algo mágico ver a Lou Reed a unos metros de ti, fue algo lisérgico.
Espero rememorar al menos un poco de aquella sensación en esta edición de Zinemaldia.