No es nada fácil hablar de Maixabell, cinta que te tiene con un nudo en la garganta en todo momento, y que posee varias y distintas desde donde mirar. Un trabajo complicado hablar desde la razón sin perder el corazón de los hechos de los que habla, ya que muchos se quedarán en la primera etapa de lo sucedido y no podrán entrar, por el dolor, en la segunda fase, ese arrepentimiento por parte de unos y el perdón entrecomillado de la otra parte.

Juan María Jaúregui, es asesinado por ETA en 2000 y su mujer Maixabel recibe 11 años después una petición excepcional, verse cara a cara con uno de los asesinos de su marido tras haber dejado este la banda terrorista. En Nanclares de la Oca, Álava, son muchos los que han renegado de su pasado, pero no todos quieren pedir perdón ni explicaciones, pero la iniciativa al final cuaja.

Dice Icíar Bollaín: «No se trata de perdón sino de segundas oportunidades», y bien es verdad porque utilizar el verbo comprender, entender y perdonar son palabras mayores en el contexto con que trata la directora. Es constante la muestra del dolor, del recuerdo, de los anhelos por parte de la familia de la víctima, y por el otro lado lo que más se muestra es el arrepentimiento que se plasma en esos asesinos que cara a cara son capaces de decir lo que hicieron, pero sin poder subir la mirada y mucho menos justificarse.

Maixabel por momentos es contenida en su desarrollo porque examina con pulcritud a los personajes y las circunstancias, solo tiene agilidad visual en los primeros instantes donde ocurren los fatales hechos que recrea y de donde parten, ahí nos recordará a muchas películas que trataron los asesinatos etarras, como pudiera ser Días contados, pero de ahí en adelante todo toma otro matiz, mucho más personal, mucho más íntimo en el digerir el paso del tiempo y la adaptación que nunca aceptación, porque realmente lo que sucede con ese encuentro y charla es lo que matiza la directora, es una segunda oportunidad para todos, como una liberación de soltar aire y poder mirar al futuro aunque no se pueda olvidar ciertos actos.

Lo más potente de la cinta es ese cara a cara que realizan los actores Blanca Portillo y Luis Tosar, hay momentos que parece una escena teatral, pocos segundos están en un solo plano, es plano y contraplano, la cámara nos lleva de una mirada a otra, de un sentimiento a otro, y las manos de ambos son protagonistas con sus movimientos, con sus desasosiegos. En ese romperse de Blanca Portillo, de Maixabel, llega el instante de hasta aquí ya puedo seguir adelante con otra mirada.

La película dibuja a Maixabel como una mujer por y con la conciliación, con el raciocino del mejor convivir ya que el dolor nunca desaparece al menos aprender a vivir con él, pero además ella si quiere entender en parte del sentido de la palabra, aunque no pueda comprender. Al mismo tiempo el guion hace que el espectador también sea partícipe, que piense y sopese que haría en esa situación, es todo un ejercicio de razonamiento buscando el equilibrio con lo emocional.

Hay dos protagonistas más muy importantes y que dan una gran solvencia a la película, que son la hija de Maixabel una gran víctima con un silencio interior muy bien retratado y la conciliadora, con un papel tajante en su posición pero con esa parte humana que hace de los actos algo mucho más comprensible a ojos de los demás.

El guion es de la propia directora junto con Isa Campo, y hay que decir que se nota mucho el hecho de estar presente Isa, es una guionista que tiene una característica especial en sus trabajos, el poso, el relajo en la trama, sin prisas, con los pasos suficientes para desgranar la historia y haciendo hincapié en los personajes y en su interior. Un buen tándem.

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