Tan sencilla como redonda es Petite Maman de Céline Sciamma, una película que nos regala 72 minutos de serenidad y de posicionamiento ante la cámara que observa desde un plano cercano, pero al mismo tiempo lejano, como si de un observador se tratase, una historia sencilla donde las generaciones, el pasado y las herencias son parte de los protagonistas.
Con ocho años Nelly pierde a su abuela. Ahora tendrá que ayudar a sus padres a vaciar su casa, allí es donde se crio su madre, quiere conocer los lugares aledaños que conocieron la infancia de su madre. En una de sus excursiones en solitario conoce a otra niña de su edad, juegan como si se conocieran de siempre y se crea un feeling y una buena relación entre ellas. Construirán una cabaña y visitará la casa de su amiga para conocer a su madre. Esa visita esconde un enigma que resolverá poco a poco, mientras que entre juego y juego surge una bonita amistad. Este viaje hará que Nelly comprenda a su madre y que conozca mucho más de lo que ya sabía de ella.
¿Quién no ha soñado o pensado cómo fueron sus padres a su edad? Aquí en Petite Maman la directora incide en los recuerdos trasladados de generación a generación, como si de un juego se tratase, o meramente un sueño. Deja fluir la infancia en su mente, en sus divagaciones y en sus indagaciones tanto físicas como emocionales.
Todo sencillo, completamente limpio de rellenar con más que lo que plasma en la esencia de esa niña que juega con otra niña sin saber o sin doblegarse a las miradas y a los miedos, solo a vivir lo que le está sucediendo. Cada secuencia es un viaje del espectador a la trama, a dibujar una historia, ya que la directora abre una caja de emociones y sentimientos para que todo pueda ser posible.
Pasado el tiempo de visionado se da más importancia a pequeños detalles que remarca la directora, escenarios dobles cambiantes, como las protagonistas, juegos con las luces que hacen que los años pasen y saltemos de una época a otra para encontrar el significado del presente con el pasado como preludio de lo que es realmente en esos momentos, y ante todo recordar la inocencia en las miradas de ambas niñas, que cuentan mucho con sus silencios y sus juegos. Un dinamismo sutil para que todo aflore sin necesidad de forzar nada ni en escena ni en guion.
Céline Sciamma vuelve a envolvernos en un mundo de búsqueda de identidad, de encontrar los referentes de las mujeres y de nuevo en la infancia. Aquí no solo la protagonista principal quiere conocer lo ocurrido si no que la madre busca su espacio de reflexión para encontrarse así misma. Un guion que busca las dudas emocionales ante los dramas, los acontecimientos duros que acontecen y que dejan huella.