El director Ryûsuke Hamaguchi está presente esta semana en la cartelera con La ruleta de la fortuna y la fantasía, (Festival de Berlín: Oso de Plata – Gran Premio del Jurado) una de sus películas del pasado año 2021, la segunda es Drive my car (Festival de Cannes: Mejor guion y Premio FIPRESCI). Un director poco prolífero en nuestro país y que merece la pena ver, por sus temáticas y por su forma narrativa, posee una profundidad en pantalla que da paz y sosiego para hacer que el espectador se encuentre cómodo siguiendo sus historias.
Magia (o algo menos seguro), Puerta abierta de par en par y Una vez más son los títulos de esos tres episodios que comprenden La ruleta de la fortuna y la fantasía. Tres historias distintas, dispares, pero con nexos de unión donde la complicidad se busca entre los personajes y de una manera diferente. Todo contado en tres movimientos, historias donde la mujer va marcando la pauta para dibujar sus aciertos y sus fallos. Unas amigas que se enamoran de la misma persona sin saberlo, una pareja que intenta seducir a otro hombre y un encuentro idílico de amistad que no resulta ser tal.
Cada una tiene unos protagonistas diferentes, la primera dos mujeres y un hombre, la segunda, dos hombres y una mujer, y la tercera dos mujeres. En cada una de ellas el amor tiene un significado distinto, las dos primeras van más por los derroteros físicos y la tercera es mucho más emocional. Magia, incluso contiene algunos tintes de thriller y mucho más temperamental en los sentimientos de los personajes, la segunda es puro deleite ese tramo donde la protagonista lee ese libro y que a la par parece disparar los tonos poéticos en cada parte del diálogo fuera de lo que está leyendo. Por el contrario, la tercera es esa casualidad que acaba en causalidad para entender a cada una de las protagonistas.
Es evidente que el director ha decidido con su cámara buscar a los protagonistas, con esos planos y contraplanos, donde la cámara fija busca y dibuja el interior de cada uno de ellos, penetrando en la mente y reflejando sus emociones. Todo de una manera cauta, sutil y delicada, sin invadir el espacio que separa a cada protagonista, dando el plano concreto a cada uno.
Hay un balance emocional por medio de la música que nos transita entre una historia y otra, donde variamos de personajes pero nos quedamos en un cine intimista, atento a los detalles y respirando el tiempo que necesita para llegar a lo que quiere contar. Un cine hecho con mimo y con las suturas de las rupturas emocionales que hay en cada historia. No queda exento en la primera y en la segunda historia el recelo y la necesidad de resarcirse de lo que le ha influido a alguno de los personajes, y ahí es donde se muestra la fragilidad y los dobleces de cada personaje y la manipulación del ser humano. El tercero tiene una evocación distinta, más nostálgica, mostrando la soledad de las dos protagonistas que buscan su espacio por medio de los recuerdos.
Ryûsuke Hamaguchi busca muchísimo la luz tanto en sus personajes, dotándolos de diversas personalidades, como en las secuencias. Encuentra esos tonos que no hagan que nada se salga de su enfoque, de resaltar a los actores en su mejor aspecto. En muchos momentos recuerda a Hong Sang-soo, otro director que ha rodado dos películas este año, y al que Hamaguchi evoca con esas secuencias de ventanales, de conversaciones por medio de una bebida y de los encuentros casuales.