Vaya por delante que no me he leído el libro de Cristina Campos para saber si es o no una buena adaptación cinematográfica, pero aquí en este trabajo de Benito Zambrano la propia directora ha sido partícipe del guion por lo que se intuye que habrá al menos una fidelidad en el fondo de la trama.
Pan de limón con semillas de amapola recoge varios géneros unidos en un drama con tintes de thriller emocional, pero ahondando en temáticas sociales como la adopción y las responsabilidades familiares, los estatus sociales, la familia y sus secretos.
Marina hace tiempo que se fue de Valldemossa, un pueblo del interior de Mallorca, ahora trabaja en una Ong de matrona y de lo que haga falta. Tiene que volver a ese pequeño pueblo a recibir una herencia junto con su hermana Anna, a la que hace tiempo que no ve, las diferencias familiares hicieron que se separasen, y sin quererlo será su nexo de unión. Anna, casada con una hija, vive su matrimonio con mucha resignación algo que no le gusta a Marina, y ahora en esa herencia saldrá a relucir el pasado, pero Marina no quiere vender lo que han heredado, una panadería y un piso que su abuela tenía, hay algo en esos bienes que no le cuadra mucho cómo ha llegado esa propiedad en su totalidad a su familia y quiere averiguar las razones, además de poner orden en su vida, poco antes de salir de su destino con la Ong hubo un parto complicado y una niña quedó huérfana, y esa persona sigue en su cabeza y en su visión de futuro.
Se agradece la precisión en narrar la historia, con pausa, deteniéndose en las partes más importantes, que dan cabida en dos horas de metraje, y que no se hace largo. Por momentos recuerda a esas historias de época, de voluntarios o incluso de trabajadores fuera de nuestras fronteras con sus riesgos físicos más que emocionales y que contrasta con el otro lado de la frontera donde los problemas de los personajes son otros, distintos, menos importantes, pero solo por momentos.
Ahí en esa diferenciación que hay de países, de sufrimientos, de calidad de vida, de preocupaciones, está el personaje de Marina (Elia Galera) que es el equilibrio entre la sociedad avanzada, y la que lucha por vivir cada segundo. Porque ella es mucho más emocional que su hermana Anna, que se ha volcado en una vida mucho más materialista y efímera, perdiendo sus referentes y sus deseos.
Ese querer buscar el origen de la herencia, es una búsqueda interior por parte de la protagonista principal, es querer encontrar respuestas a preguntas que lleva haciéndose desde la adolescencia que han marcado mucho su personalidad. Todo eso se plasma con cautela, con sosiego, y con una cámara llena de luces que a veces contrasta con el estado anímico de los personajes, solo se torna gris azulada la toma cuando vuelven a ese mar y a esa cala donde los recuerdos se agolpan.
Es una cinta que se dibuja desde la mujer, desde cada vivencia de cada una de ellas, de las dos hermanas, de la hija, de la mujer que está en la panadería, la que regenta el hotel, la monja, la compañera de trabajo, la doctora y por supuesto de las protagonistas que no están, esa persona que estuvo en ese obrador que volverá a hacer familia a esas dos hermanas.
Pan de limón con semillas de amapola se aposenta sobre las interpretaciones de Elia Galera y Eva Martín, solventes en casi todo el metraje, pero si hay que reconocer que hay secuencias que requerían un poco más de garra y verosimilitud, la emoción llega, incluso la parte más potente y de la lágrima por lo sucedido, pero hay parcelas donde la expresividad se queda por debajo de lo que requiere el momento, sobre todo cuando hay que potenciar las conversaciones cara a cara y ganar la partida de convencer.
Un guion que busca las herencias emocionales y de sangre por encima de las materiales.