Conmovedora de principio a fin. Es la descripción que más se acerca a Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa. Una película que es imposible que deje indiferente, por su temática, por el contexto, por las actuaciones, y por todo lo que esconde cada personaje.

Puede que me quede corta a la hora de describir que sentí mientras veía Cinco lobitos, porque es imposible describir toda la atmósfera y todos los detalles que tiene, mil capas que va desgranando lentamente, con las dosis adecuadas en cada instante. Es un conjunto de emociones que te hacen subir a una noria, como están los protagonistas, que tan pronto están arriba como abajo, y uno, el espectador, viaja con ellos, a su mundo, para recordarnos que también puede o podría ser el nuestro. Otra de las virtudes es que va lentamente abriendo puertas y debates.

Amaia acaba de dar a la luz y el primer día que llega a su casa, con su hija, su pareja y sus padres, es casi consciente que no sabe cómo llevar esa nueva etapa; además su madre y su pareja no se lo ponen fácil. Al quedarse sola, tras su pareja irse fuera a trabajar, decide volver con su hija a su casa familiar con sus padres y enfrentarse a la realidad y al pasado que ella recuerda de otra manera distinta. Ahora ya es madre, pero sigue siendo hija pero con más de 30 años y entenderá muchas cosas que antes no entendía.

Laia Costa está inmensa en cada plano, en cada circunstancia que vira y vira constantemente. Pero no podemos dejar de lado a Susi Sánchez, ambas son los puntales en los que se apoya la cinta, en sus sentimientos, en su amor y su dolor, porque ambos personajes de hija y madre se van viendo por momentos reflejadas en el espejo de las herencias familiares, en los sucesos que marcan la vida. Ambas juegan a ser el personaje en persona y no en actuación, destilan tanta naturalidad que son totalmente creíbles, tanto que como en la vida real, pasan de la risa al llanto, y por ende el espectador.

En su ópera prima, Cinco lobitos, Alauda Ruiz de Azúa nos regala un retrato y relato de la familia, de la maternidad y de la conciliación familiar en esa etapa. Todo hilado, hilvanado y cosido con un gran talante, mimo y realismo. Una historia, como la vida misma, con sus luces y sus sombras, con sus risas y sus llantos, y que nada está desequilibrado, todo lo contrario, está conducido con gran elegancia, naturalidad y sobriedad.

La directora apuesta por mostrar las imperfecciones de la familia, las fisuras que existen dentro de lo que se definiría como estabilidad y felicidad. Y lo hace por medio de las dos mujeres protagonistas que buscan algo más que ser madres, quieren ser mujeres fuera del rol de la maternidad y del hogar, como establece la sociedad.

Es un homenaje en sí a todas esas mujeres que han tenido que luchar por una independencia como persona tras crear una familia, pero sin dejar de lado a los hombres que también sufren, pero no lo dicen ni demuestran tan abiertamente. Expone los roles que se deben y necesitan cambiar, y ante todo busca la palabra, la conversación como medio de unir puentes hacia una descripción más eficaz en la familia. Aquí lo busca por medio de las miradas, ya que los protagonistas están estancados en vivir interiormente y no sacarlo de buenas maneras, por ello, la directora aboga por buscar los cambios en los semblantes.

Me quedo con una de las frases del personaje de Susi Sánchez: «A veces somos felices y no lo sabemos»

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