TIEMPO DE HISTORIA.

Repensando las violencias

Dice Steven Pinker en su libro The Better Angels of our Nature. Why Violence Has Declined (Viking, 2011), que comparándonos con las sociedades que nos preceden, vivimos en una sociedad menos violenta. Yo me pregunto bajo qué parámetros (tipología de la violencia), desde qué punto de vista (sociedad judeocristiana) y bajo qué valores (derechos humanos) se puede categorizar esta afirmación. Basándonos en estas premisas pudiéramos advertir que el concepto de violencia es variable en función de contexto sociocultural. Me explico: Por un lado, la violencia física y directa es rechazada frontalmente por la mayoría de los colectivos sociales, y sin embargo el llamado género de acción atrae cada vez a más espectadores (donde la violencia física es tratada como espectáculo). Por otro lado, nuevas formas de violencia conviven en nuestra sociedad sin que la mayoría sea consciente de su poder manipulativo. Me refiero, claro está, a la violencia estructural y cultural que, como bien teorizaba Galtung, se han convertido en baluarte de desigualdad y retroceso de derechos humanos. El trágico desenlace presenta a una sociedad, la actual, que legitima la violencia en todas sus formas y modos de expresión: Medios de comunicación, cultura audiovisual, redes sociales y cómo no, sistemas políticos que aplican la legislación usurpando derechos a la sociedad civil (el poder legitima la violencia), menguando a su vez la capacidad de reflexión y empoderamiento de la ciudadanía (el poder ha de ser un instrumento que garantice la defensa de los derechos políticos, civiles, económicos, culturales y personales).

Decía Ángel Fernández Santos, (gran referente de la reflexión audiovisual), que habíamos empezado a percibir la violencia, esa que ocurre mientras vivimos nuestra vida, como si estuviéramos en una sala de cine, atentos a la bronca, a la pelea, a los insultos, a los gritos, a las faltas de respeto, a la segregación, al odio, como simples espectadores, sin ningún tipo de implicación personal. Y tenía toda la razón. La violencia estructural (aquella que crea desigualdad en la ley), la violencia cultural (aquella que es legitimada en defensa de la tradición) y la violencia física (narrada sin apenas muestras de dolor) están presentes y normalizadas. Salir del cine después de hora y media de insultos, vejaciones y palizas, forma parte hoy del lenguaje audiovisual “espectáculo” y qué mejor que verlo en pantalla grande, asumiéndolo como norma, interiorizándolo como parte de nuestro engranaje y privándonos además de herramientas de gestión para erradicarlo.

El documental es un intento de volver a repensar en las consecuencias que tiene para la sociedad el estallido de la violencia. Y digo que es un intento porque al menos nos permite reflexionar sobre el origen, “obligándonos” a ser testigos de sus consecuencias. El documental crea conciencia y nos empodera para hacer las preguntas pertinentes. ¿Por qué?, ¿quién se beneficia?, ¿qué debemos cambiar?

Me confieso asidua a los documentales. No me importa bajo qué punto de vista se narren. (Quizás incluso resulte más interesante salir de tu zona de confort). Tengo la libertad intelectual de analizar la sociedad que nos ha tocado vivir y me permito momentos de reflexión que de otra manera no podría sentir tan míos, tan profundos (me ocurre también con algún género literario, aunque ahora no venga al caso).

Este año, la sección Tiempo de Historia, viene cargadita de esos momentos en los que, además, podemos hacer un análisis exhaustivo de las diferentes tipologías de violencia: En A German Party (Simon Brückner) nos adentramos en el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), The Eclipse (Nastasã Urban) aborda las consecuencias morales y políticas de Serbia a causa del pasado bélico y criminal que asoló a la población. Piano Dreams (Gary Lennon, Richard Hughes) retrata las miserias humanas de una población china emergente y devota del capitalismo a quien no le importa sacrificar lo que más quiere. Rojek (Zâyne Akyol) rastrea el comienzo, el ascenso y la caída del Estado Islámico (ISIS), Sin libertad, 20 años después (Iñaki Arteta) se pregunta cómo los familiares de las víctimas asesinadas o perseguidas por ETA han asimilado la incorporación política de del entramado ultranacionalista (hace 20 años veíamos a un joven Santiago Abascal contando su experiencia), A House made of Splinters (Simon Lereng Wilmont) describe la terrible realidad de unos menores separados temporalmente de sus familias o Alis (Clare Weiskopf, Nicolas van Hemelryckk), amiga imaginaria que sirve para expulsar las violencias vividas por sus protagonistas.

Sus antagonistas, Young Plato (Neasa Ni Chianáin, Declan Mc Grath), documental que nos muestra cómo el pensamiento crítico empodera a un alumnado con raíces de conflicto norirlandés, The Royal Republic (Carmen Cobos) donde la música se convierte en instrumento de convivencia y conexión o All that Breathes (Shaunak Sen) que nos recuerda que el cuidado y la protección del Milano Negro, es sin duda el baluarte moral con el que defender los principios democráticos y derechos universales.

Termino aquí. Más allá de secciones oficiales, homenajes variados y fiestas de alfombra roja, la SEMINCI también navega en aguas de documental. Piezas que acuden a nuestros sentidos para ayudar a construirnos, cintas que responden a las eternas preguntas o documentos que nos llevan a preguntarnos más allá de la propia imagen. El arte audiovisual, además de entretener, debe ser un instrumento revulsivo, debe hacer pedagogía, debe denunciar a los culpables, debe sacar a la luz los sinsabores del mundo, debe enarbolar la bandera de necesidad de justicia, debe crear conciencia …. Y nos ha de empoderar para seguir defendiendo aquello que la violencia, en sus tipologías quiere que olvidemos. El respeto y la defensa de los derechos humanos, vivas donde vivas, seas quien seas.

Dice Haneke: “Si desconozco algo, me asusto, y porque me asusto quiero defenderme de ello. Si no puedo defenderme fácilmente, por supuesto que utilizaré la violencia”.

P.D. Eduardo Galeano. Pues eso.

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