Ayer pudimos disfrutar de tres películas: La Visita y Un Jardín secreto, El perro que no calla y Eo. El surrealismo cobra vida en parte de ellas, pero se agradece para rebajar el fondo de las mismas.

La visita y un jardín secreto – Lecciones del pasado al presente.

Irene M. Borrego nos adentra en la misteriosa historia de Isabel Santaló, artista olvidada y no reconocida en nuestro país. Lo hace por medio de unas entrevistas en la casa de la artista, una mujer silenciosa, austera y taciturna, incluso con la propia directora que es sobrina, aunque realmente no se conocen. Intenta conocer el pasado de Isabel, pero de una manera algo inquisitiva, con una necesidad para ella como para crecer en una carrera, porque desde muy pequeña en su familia dijeron que sería como su tía, pero de una manera despectiva. Una cinta que revela cómo se sentían muchos artistas en el pasado juzgados por elegir una profesión poco entendida. En la cinta hay declaraciones, que describen a la perfección a la protagonista, por parte del pintor Antonio López, contemporáneo de la misma.

El perro que no calla – Evolución o involución.

Segunda película del día dirigida por una directora, Ana Katz, incidiendo en lo volátil e inestable de la vida hoy en día, de los cambios en una persona, todo desde una manera un tanto surrealista -tema insistente en el festival y que se agradece para rebajar la intensidad de los temas- e irónica. Al mismo tiempo se contempla la sociedad desde la mirada del protagonista, Sebastián, que recorre sus días buscando su lugar en la vida, acompañado de un perro que parece ser su compañero fiel y que da comienzo a la película con una situación un tanto particular y como ya he dicho surrealista. Cambios de color a blanco y negro con gran maestría sin notar apenas los cambios y que muestran las distintas fases por las que pasa el protagonista.

Eo – Declaración de intenciones de amor fuera del ser humano.

Un galimatías de crítica social partiendo del amor de una mujer hacia su burro Eo, con quien trabaja en el circo. Un viaje, el del animal, que nos sumerge en un despropósito de cambio de dueño constante. Impresiona como el animal transmite los cambios de humor, de sentimientos y emociones, todo acompasado por la naturaleza, los bosques, el agua, fundidos a diversos colores: rojos, azules, amarillos o negros en toda la pantalla. Esos cambios viajan con la cámara que sobrevuela el escenario y hace un cambio de tercio con los personajes que van apareciendo. Un puzzle de emociones en contra del maltrato animal y el director, Jerzy Skolimowski, plasma una metáfora ante la situación de nuestra Europa actual, nada halagüeña, todo lo contrario: visión de horror.

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