El reloj biológico es un tema bastante recurrente en el cine, pero siempre se trata desde una mirada un tanto obsesiva, aquí en Los hijos de otros se mira desde la búsqueda de un futuro, de una fusión no solo de cuerpos, más bien de almas.
Rachel ha llegado a sus cuarenta años sin tener una familia, ni pareja. De repente aparece Ali y su vida da un vuelco, ya tiene pareja y una niña a la que cuidar, Leila, aunque no sea suya. El mundo maternal vuelve a recaer en sus pensamientos y no sabe si esta faceta de madrastra le será suficiente si no puede tener su familia propia.
La directora, Rebecca Zlotowski, ha utilizado una cámara ágil, buscando el ánimo y la vitalidad de la protagonista, encarnada por Virginie Efira que destella sutilidad en todo momento, y lo ha aderezado con música, de la mano de Robin Coudert y Rakotondrabe Gael, que hace de hilo conductor durante todo el tiempo, describiendo cada escena y las emociones de los protagonistas. Desde luego la musicalidad nos invita a viajar con la protagonista, con sus estados de ánimo, al mismo tiempo que describe a la perfección cada situación; hay una sonoridad que empasta con las imágenes y enfatiza las mismas, dándoles más vitalidad.
Se agradece esa evolución tan natural en la historia, en cómo y por qué se llega a ese punto donde la protagonista quiere y desea una situación natural, pero que puede ser truncada por la propia naturaleza. Qué contradicción y qué realidad, que buscar algo natural se pueda romper por el mismo camino.
Rebecca Zlotowski abre el debate de si se puede mantener una pareja solo con amor. Y aquí la tolerancia, la comprensión, juegan un papel importante, como en cualquier relación, intentando buscar el equilibrio. Así, con esa premisa, la directora entra a preguntarse y preguntarnos con cada protagonista qué buscan en la vida, qué es lo más importante para cada uno de ellos. No hay respuestas buenas o malas, más bien opciones diferentes que a unos aportan felicidad y a otros no.