Dejar respirar a la naturaleza interior es una tarea pendiente en nuestra sociedad. Cada vez es más frecuente cruzarse con historias que nos adentran en la realidad más latente, en la búsqueda de las personalidades y diversidades individuales, porque aunque nos empeñemos en las etiquetas cada persona tenemos/tienen su particularidad. Hay que mencionar que esta historia sin ser fiel a la realidad sí parte de una experiencia real.
129 minutos que logran que el espectador esté atento, cada minuto tiene su significado, la directora Estibaliz Urresola Solaguren no ha dejado nada al azar. Hay un juego de ir entrelazando a la protagonista principal con el resto de los personajes, para ir dibujando una situación actual, pero al mismo tiempo deshojar el pasado del lugar donde nos sitúa la historia.
En la apariencia de una familia abierta Aitor, un niño de ocho años, quiere liberarse de la etiqueta de sexo que marca su nombre y llamarse Cocó, vivir y vestirse como se siente, ya que no siente su cuerpo y nombre tal y como es. Ahora en unas vacaciones familiares a la tierra materna, todos dejarán salir sus inseguridades o seguridades, Cocó su identidad, su madre su crisis profesional y sentimental y todo alrededor de la abuela y la tía abuela (que cría abejas). Un verano de historias de mujeres, compartidas con mujeres donde todo saldrá a la luz, aunque sea a costa de no hablar pero sí demostrar.
La directora ha demostrado, en un guion con un arco extraordinario de avance de la historia, como muchos de los silencios y los miedos que están de cada personaje tapan una historia y otra, y otra, camuflando la verdad y cómo todo tiene la necesidad de buscar su camino. Aquí las cortapisas para que todo fluya con la normalidad que debe ser en el personaje no es otra que la sociedad, incluidos los progenitores, que no entienden la necesidad de ser una misma y no uno mismo, ser como quiere ser simplemente.
Cocó conjuga con cada uno de los personajes de la película, va avanzando en demostrar quien es, con pequeños detalles y con grandes diálogos que tienen en su interior una verdad absoluta, pero contado y narrado con gran sencillez. Va virando para demostrar la empatía, o no, de cada uno, la calidad de mente que cada uno tiene y de cómo todo se ve dependiendo de cómo se quiera ver y admitir.
Pero sobre todo pivota entre su madre y su tía abuela, dos soberbias interpretaciones la de Patricia López Arnaiz y Ane Gabarain arropando en todo momento a la magnífica Sofía Otero. La primera no entiende a Cocó, quiere a Aitor, y la segunda comprende desde el primer momento la naturaleza que hay en ese cuerpo que late por ser quien siente ser, porque demostrar no quiere demostrar nada, meramente quiere libertad para poder expresarse en cuerpo y mente como quiera, sin etiquetas.
La directora ha dibujado una familia patriarcal, donde todo se ha regido por la figura paterna y que en torno a ella se han formado unos cánones a desarrollar y cuando viene algo que se sale de lo establecido, social y familiarmente, hay que buscar una justificación. Todo de una manera sutil, con gran esmero en no subir de tono, todo cálido pero con la fuerza necesaria para representar una necesidad de vivir en la libertad individual, mucho más allá de la colectiva, ésta vendrá después.
Destacar la mirada que ha querido plasmar de los niños que rodean a Cocó, muchos más comprensivos, en general, y viviendo la situación de la identidad trans de la protagonista que los adultos, que miran hacia otro lado.
2 respuestas a «20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren. Ventanas abiertas, persianas bajadas»