Primer fin de semana (tres días) del festival y he visionado la nada desdeñable cifra de ¡15 películas!
Las primeras sesiones suelen empezar a las 08.30 y la última sesión suele terminar a las 00.40.
Dieciséis horas y media desde que sales del campo base hasta que llegas de nuevo al «catre».
A este ritmo, después del ímpetu inicial el cuerpo suele pedir un respiro…
Respiro que se suele traducir en pequeñas cabezadas en esas INTERMINABLES pelis rumanas de tres horas (por ejemplo, MMXX). Dormir en el cine puede ser placentero (casi siempre), necesario (cuando el cuerpo lo pide …) y peligroso.
El sábado un espectador que se situaba dos butacas a mi derecha decidió que era el momento adecuado para echarse la mencionada cabezada, el sueño lo acompañó de un par de ronquidos. Hasta aquí todo bien.
Ahora llega el incidente…
En una de esas apneas el sufrido espectador se quedó sin respiración, los compañeros de visionado que estaban en las butacas contiguas, extrañados por el poco habitual ruido en una sala de cine, primero le miraron con una pequeña dosis de reprobación (ya que duermes en el cine, al menos no ronques…).
Al comprobar que el afectado no respiraba, asustados le empiezan a zarandear para que despierte, pero no hay reacción ninguna. Enseguida, una nerviosa espectadora avisa a la organización y se oyen los primeros gritos:
» ¡¡Un médico!! ¡¡Un médico!!»
A los pocos minutos llegan los paramédicos que siempre están apostados en el exterior del Kursaal, y también se acerca un compañero médico jubilado (Ramón).
En esos intensos minutos de incidente, el afectado ha recobrado la consciencia y ya puede hablar, con apenas esfuerzo se pone en pie y logra salir por su propio pie al exterior acompañado por los médicos.
En estos apenas cinco minutos de incidente la proyección no se detuvo y la mayoría de las personas siguió disfrutando de la proyección como si nada hubiera pasado.
Entonces yo me pregunto:
¿Estamos abducidos por la pantalla?
En esta burbuja de San Sebastián, ¿existe la vida más allá de las pantallas de cine?
O solo queremos escapar, huir. ¿Solo queremos que pare esto? Buscar un agujero, una salida, una ranura, una grieta. Quizá lo que buscamos es una abertura…
Nuestra vida es tiempo. Nuestro cerebro la entiende como una línea extendida, que no para, que nos lleva directa a la muerte. El tiempo es vejez, declive inevitable.
Puedes ser estoico, ascético y resignarte. O volverte religioso (eso va a ser que no) … ¿Aceptarlo? NO ¿Qué nos queda? ¿Evadirte? ¿Aturdirte? ¿Amoldarte? ¿Aislarte? ¿Ser uno más con la mayoritaria corriente?
Cada año en esta semana que paso en San Sebastián llego a la misma conclusión. Toda cárcel tiene su fuga:
El arte, el amor incondicional.
El arte, lucha e ilumina. Expone el problema. Cuando es bueno resalta la inmensa belleza de esa segura derrota, de ese anhelo desesperado y fracasado de detener el tiempo.
El CINE es un arte puramente temporal. Una pausa de la realidad. ES LA FUGA NECESARIA EN MI CASO.
Y el arte es libre.
No admite censura.
El sábado pudimos ver en primicia el último trabajo de Jordi Evole a pesar de los intentos de censura. Y la película de NO FICCIÓN del de Cornella nos ha mostrado un retrato de Josu Urrutikoetxea nada complaciente, nos ha mostrado el horror del fanatismo y sus consecuencias, nos ha mostrado las contradicciones de Josu Ternera.
Pero lo más importante. La película nos ha mostrado que todo arte debe ser libre, le pese a quien le pese. Y que el tiempo de la censura se terminó en España hace décadas.