Abrirse a los demás es complicado, pero a veces mucho más si la persona es alguien muy cercano. Los sentimientos parecen ser de propiedad privada, sin saber que explorar y exportar los mismos puede ser una tabla de salvación, como confianza y como sanación. Esto es parte de lo que aprecié en Los pequeños amores de Celia Rico, lo mismo que me pasó cuando vi Viaje al cuarto de una madre.

No quiere decir que la directora se haya centrado en lo mismo, pero sí que es verdad que los pilares que usa para pivotar con sus actrices parten de la emocionalidad y su cierre a cal y canto en cada una, en la parte que se guardan por miedo a… no se sabe, o bien puede ser la parte educacional la que haga que las protagonistas se encierren en su propio mundo, y en su secretismo.

Teresa tiene que acudir a cuidar a su madre, que ha tenido un pequeño accidente mientras realizaba unas reformas en su casa. Durante los días de un verano que ambas pasarán juntas, las fisuras entre ellas no dejan de aparecer, no se entienden ni en lo más básico. Su madre quiere mandar y Teresa quiere ser una mujer independiente a la hora de tomar decisiones acordes a su edad, una mujer ya madura. Poco a poco se irá revelando lo que cada una esconde. ¿Llegarán a comunicarse y hablar con total sinceridad?

Celia Rico vuelve a centrarnos en una historia materno filial, posiblemente cada persona saque una lectura de la historia, bien por sus vivencias, por sus anhelos o por lo que ve a su alrededor. Pero lo que sí es importante es ver cómo cada protagonista tiene su espacio para plantearse sus aciertos y errores, porque de ello va un poco la cinta de dejar pasar ante tus ojos tu vida, pero desde el prisma de otros, ver las fallas que uno no ve desde la objetividad, o no, del que observa. Por ende, siempre la persona más joven tiene más que plantearse, y la de más experiencia replantearse. Celia Rico juega con el futuro como un arma de doble filo, con esa baraja de no saber si lo que está por venir va a favor o en contra.

Aquí, en Los pequeños amores, la ironía está muy presente. Cada protagonista juega con su jerga, con su sorna y con su medida para no quedar del todo al descubierto ante la otra. Pero van surgiendo pequeñas derrotas, pequeñas batallas ganadas que hacen de un todo un coctel de esos pequeños amores que la directora quiere dibujar y trasladarnos. Porque en lo pequeño siempre está lo grande.

Sutilidad es la palabra para describir las interpretaciones de ambas actrices, María Vázquez y Adriana Ozores, que avanzan sigilosamente en el metraje cual tortugas escondiendo sus carencias, desvelando a tumba abierta su personalidad, tan frágil como fuerte, tan emocional como coraza. Una delicia ver como la realidad se agolpa en esas cuatro paredes, que son la casa maternal, y que se abre cuando ambas salen juntas a pasear, incluso esas miradas cambian y casi la complicidad se palpa en el ambiente, aun así, siempre hay un pero, porque nada es simple y fácil si se quiere de verdad.

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