Hay algo que rezuma en todo el cine de Benito Zambrano, y ojo que muchos se basan en libros, y es la búsqueda de la mano amiga, de la necesidad de compartir, de derribar fronteras y de quitar etiquetas, pero sobre todo de la empatía con el prójimo. Otro de lo que destaca en su cinematografía es querer dejar una pequeña radiografía, desde su óptica, de distintas épocas, del avance o el retroceso de la sociedad en sí.

Forjar una familia en España, Madrid, es la ilusión y el anhelo de Ibrahim. Lucha por no ser descubierto y llegar a conseguir sus papeles tras su llegada meses atrás de Guinea. Al llegar a su trabajo es detenido por la policía y deportado a su país de origen. No llega a su casa materna por querer volver a encontrarse con su pareja y su futura hija. En ese viaje y tras tener que dejar una patera por no estar en condiciones para acoger a tantas personas, se tiene que instalar en un centro de refugiados entre África y Melilla. En ese proceso de espera conocerá a Aminata, un joven que quiere saltar la valla y entrar en España. No todos lograrán cruzar e intentar tener la vida que desean, aunque se encuentren con miles de piedras en su camino. Atrás dejarán fatigas, pero también familia y amigos de recorrido hasta llegar a su meta.

Si buscamos en el protagonismo de El salto, Benito Zambrano ha creado una atmósfera que absorbe todo aquello que rodea a la inmigración, no meramente en esos personajes que vuelven a luchar por una vuelta a la búsqueda, y el encuentro de un futuro mejor. Late en la película un tono documental de todo lo que ocurre en esa valla, en esas personas y vidas donde sus días transcurren a escondidas, con el miedo a que se sepa quiénes son, de dónde vienen y las represalias.

Hay potencia en las imágenes, en el momento final al que nos prepara a partir del segundo tercio de la película. También atrapa con la parte policial, tan ruda e inhumana, como cruda, y que se impone sin miramientos. La cinta, sin quererlo o no, aboga por la eliminación de las fronteras entre países, en mirar a las personas sin juzgar el lugar de procedencia. La palabra libertad está constantemente en los diálogos, además de figurar implícita en la trama, y por contrapunto aparece la burocracia y las barreras que la globalización y el materialismo imponen, porque el tema laboral también está presente. El salto es toda una declaración de intenciones, una puesta en escena de una realidad cercana, pero que es constantemente obviada.

Aquí la música, de Pascal Gaigne, tiene dos partes bien diferenciadas, la que acompaña a los protagonistas en su parte más personal y sentimental, y por momentos de dureza que tiene tonos clásicos y que en el volumen adecuado nos hace seguir la historia, sin estar por encima del guion, y servirnos de hilo conductor, y la que sigue las imágenes donde la lucha por la supervivencia brota de la forma más orquestal, con más potencia y remarcando la necesidad de superar una situación.

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