Una habitación, dos actores, un diálogo casi teatral y mucho que contar. Podría ser la frase que mejor describa la película, Reflejos en una habitación, y que ya por eso, por su sencillez, naturalidad en tono y forma, llegue al espectador de una manera totalmente ligera.
Berta y Alberto llevan años encontrándose en una habitación de hotel. Ella es una mujer acomodada, de clase social alta, y él es un scort profesional. Dos personas tan dispares como iguales, tanto que se necesitan, cada una por sus circunstancias personales. Un día, Alberto no puede ir a su cita mensual y manda a Hugo, un chico de su barrio, mucho más joven y sin experiencia. Berta no quiere estar con nadie extraño, necesita a su lado alguien de confianza, y rechaza su compañía, pero Hugo insiste en continuar su cita, ya que necesita el dinero. Desde su insistencia, poco a poco van deshojando sus vidas como una margarita, una parte buena y otra mala, una de cal y otra de arena. De la desconfianza y los prejuicios personales acaban sacando más verdad de lo que pensaban en un principio. Ambos tienen puntos en común que hacen que Berta saque incluso alguna que otra sonrisa.
Temas, muchos, pero ante todo la incomunicación, los estereotipos sociales, clasismos y miedos. Tratado desde la mirada de dos personas muy distantes en su posición. Una historia sobre la necesidad de hablar, de la búsqueda de la complicidad sin prejuicios, ni juicios, y porque no, en busca de su felicidad aunque sea en soledad.
Durante setenta minutos, ambos protagonistas mantienen no solo un diálogo verbal, sino también físico, y sus miradas se encuentran constantemente. Aunque podríamos pensar ante la temática y las distancias sociales que no cruzaran mirada ninguna, el guion nos lleva por otros derroteros. Salva Martos Cortés ha realizado un guion donde los clichés se acaban cayendo, y la persona sale lentamente, desde el desafío entre ellos constante, marcando espacio, pero sacándose capas de su cuerpo que les pesa y realmente no representa su personalidad, pero que no quieren reconocer ante otra persona que no conocen. Ceres Machado, en dirección, ha sabido sacar partido en la dirección a sus dos actores, Adriana Ozores y Alejandro Vergara. Ha compensado la versatilidad de la experiencia con las ganas y el ímpetu de los inicios actorales. Una actriz que desprende verdad en todo momento, mostrando su inquietud y miedo interior constantemente, y un actor que disimula lo que esconde de una manera sutil, incluso por momentos con puntos de comicidad. Aporta también esa sensación de que en muchas ocasiones puedes llegar a sentir más cerca a personas que no te conocen, pero no te están juzgando en todo momento.
Sin quererlo, hablan en todo momento de cómo la sociedad ha impuesto unos cánones de estética tanto a la mujer como al hombre, pero mucho más a la mujer, y muestra esos tabúes que ciertas generaciones han tenido que paliar ante ciertas adversidades de la vida y de su día a día.
La película parte del corto, Una mujer incompleta, de 2019, donde la temática estaba ahí, pero que aquí desarrollan de una manera muy sutil y hablando de muchos temas diarios que afectan de una manera que parece intrascendental, pero que realmente tiene su granito de arena para llenar de cicatrices el alma.
Esa habitación tiene múltiples reflejos de sus protagonistas. La soledad de un espacio vacío, como puede ser una habitación de hotel, lo que ellos sienten. El aire fresco y cálido al mismo tiempo que entra desde esa terraza que es lo que necesitan, contrastando con la frialdad de un espacio que no es el suyo, solo por unas horas, como son ellos ahí, distintos a cómo son en su día a día. Dos espacios, una sala y el dormitorio, lo que son y lo que quieren ser, y donde se refugian. Al mismo tiempo, esa habitación no deja de ser un reflejo de nuestra propia sociedad, inhóspita y distante de la realidad de los sentimientos universales.
Hace un año y medio Treguas de Mario Hernández me sorprendió por la capacidad de absorber mi atención en la sala, sintiendo casi que me encontrase en un teatro, como si los actores estuvieran fuera de la pantalla, y sintiendo todo de una manera muy real. Aquí, en Reflejos, en una habitación, me pasó lo mismo. El no encontrarme con nada impostado, todo fuera de artificios y solo centrarme en dos personas, y sus aristas emocionales, que rebosan, me hicieron centrarme de lleno en cada frase de esas conversaciones tan punzantes como personales.